Arco Iris Mágico
Hace un tiempo, no mucho más del que tienen las estrellas de nacidas, existió entre los pantanos de la fantasía un mago, cuyo nombre refirió al exilio de los malévolos nativos del valle de los desencantados: Noitsulli, el reconfortador de fe.
Desde que el Gran Amarillo asomaba sus centellantes brazos de entre la espesura que envolvía a Catepozantli, tierra donde los habitantes eran del color de la tierra, hasta que se despedía para dar paso a Luna, la Guardiana de Los Sueños, Noitsulli buscaba el conjuro para hallar el camino hacia el Señor de los Siete Colores, único en poseer –según la leyenda–la Gran Posima Imaginativa.
Acompañado por Jade, el majestuoso felino con garras de jade y de obsidiana piel, Noitsulli pasaba días enteros buscando la forma de llegar al Señor de los Siete Colores y poseer sólo un poco de la Gran Posima, fuente de energía que hizo funcionar, en otro tiempo, el más grande tesoro de la humanidad: la Maquina de Sueños.
Sí, la Maquina de Sueños fue lo que mantuvo en apogeo a Catepozantli, antes de que los habitantes del Valle de los Desencantados provocaran su consumación, pues el mal de males, la envidia, los orilló a trastornarla.
-Así es mi querido y fiel amigo –le decía Noitsulli a Jade– La Maquina de Sueños mantuvo en armonía a este pueblo que hoy, poco a poco, se va derritiendo en su falta de imaginación.
Luna, que acompañaba al mago cuando a Jade lo derrotaba el sueño, le contó que alguna vez un sabiesito escondido en la maleza de Catepozantli conocía el conjuro para traspasar los bordes de la cortina de esperanza y llegar al Señor de los Siete Colores.
“Ve y encuéntralo, pues es el único que puede indicarte la forma de llegar ante el Señor de Los Siete Colores”, le confesó al ver sus esfuerzos por devolverles a los habitantes de Catepozantli el poder imaginativo.
-Gracias, oh Gran Guardiana de Los Sueños, tu mejor que nadie sabe lo que este pueblo ha desperdiciado por falta de imaginación y de sueños, sabes que su fe se marchitó tras la ruptura de la Maquina de Los Sueños- le comentó Noitsulli a su acompañante.
-Así es, toma a Jade y emprende la búsqueda del sabiesito y no temas, bajo mi resplandor argento ningún desencantado podrá percibirte. Al amanecer, el Gran Amarillo cuidará de ti y antes de que yo tome su turno habrás de encontrar el conjuro, tu perseverancia te conducirá- le despidió.
Poco después de ser envuelto en los remos del Gran Amarillo, Noitsulli finalmente encontró al sabiesito, un pequeño ser de aspecto amarillento, con garras envueltas en fuego helado, cabeza de can y suspendido en lo que asemejaba una nube.
-¿Quién busca a Piqui y para qué?- Le dijo sombríamente el chamancito al mago, quien le respondió: Vengo hasta aquí, de la lejana tierra de Catepozantli, para encontrarme con el conjuro que me lleve hasta el Señor de Los Siete Colores, quien, a su vez, me dará la Gran Posima Imaginativa, remedio para la Maquina de Los Sueños.
-¿Y qué es la Maquina de Los Sueños? –Le preguntó Piqui a Noitsulli–. Es un artefacto que permite a los pobladores de Catepozantli creer en la imaginación que consiente no caer en el pozo de la desesperanza y la desilusión, le respondió.
Piqui, con una sonrisa, le respondió: Mago, tú fe y perseverancia han hecho que yo te proporcione el conjuro para que llegues hacia la morada del Señor de Los Siete Colores, al llamado Arco Iris Mágico, pero he de advertirte que en el viaje encontrarás la respuesta que desde hace mucho has estado buscando allá en tu choza.
Pensativo, Noitsulli emprendió, junto a Jade, la marcha hacia el Arco Iris Mágico, meditando aquellas palabras que Piqui le comentó. La noche fue larga y el amanecer tardío, pero finalmente, y después de realizar aquel conjuro que el sabiesito le adquirió
Pedro y Don arbolón
Pedro vivía en la ciudad, desde muy pequeño había estado rodeado de todas las comodidades. Sus papás le cumplían todos sus antojos; no había capricho que no se le complaciera. Cursaba el quinto año de primaria y no le gustaba estudiar, siempre inventaba una excusa para no ir a la escuela o no hacer su tarea. La mayoría de su tiempo se la pasaba viendo la tele y cuando se aburría de ella, se iba para la computadora a jugar video juegos. Además se la pasaba comiendo dulces y golosinas. Era muy egoísta y no le gustaba compartir nada con nadie.
Un día justó al acabar el ciclo escolar, sus papás le dijeron –Pedro prepárate porque nos vamos a ir de vacaciones al pueblo de tu abuelita Chayo- Él les contestó de manera muy enfadada y grosera -No, yo no quiero ir a ese lugar tan feo. No hay computadoras, ni hay televisión. ¿A qué vamos a ir?, ¡yo no voy!-, con su cara de puchero, cruzó los brazos y se puso rojísimo del berrinche.
Pedro, aún con su enojo, tuvo que hacer lo que sus padres le pidieron. Así que alistó sus cosas, mientras pensaba. –No puede ser, que voy hacer en ese pueblo tan feo, donde apenas y hay luz. Me voy a aburrir muchísimo. ¡Guácala!-
Al otro día desde muy temprano salieron rumbo aquel lejano pueblo. Después de un largo camino, justo a la entrada del pueblo Pedro vio un enorme árbol, era un higo como jamás había visto uno en su vida, el ancho de su tronco era como de 10 metros y su altura como de 40, sus ramas eran tan gruesas que pensó que podrían aguantar varios elefantes y justo en medio de su tronco había un hoyo el cual parecía una puerta que conducía al interior. Al lado del higo como a unos 50 metros se apreciaba un cerrito, en el se veían varios niños, unos de su edad, otros más chicos y algunos un poco más grandes, corrían y brincaban alegremente, otros trepaban el árbol y algunos más se mecían en columpios improvisados con mecates en las ramas. Pedro le preguntó a su mamá señalando el higo -Oye mamá, ¿cómo se llama ese árbol?-
-Ahhh, le llaman “don arbolón” y está desde que mi abuelita Zoila, era una niña; el cerrito que está a su lado le dicen “cerro cometa”; ahí es en donde los niños del pueblo van a jugar en su tiempo libre y en especial es de donde lanzan sus papalotes.-
Pasaron el lugar mencionado entraron al pueblo, se dirigieron a la casa de su abuelita. Al llegar Pedro la saludó, la cual se puso muy contenta y lo llenó de besos. Luego llegó su tía Lupe con dos de sus primos Josefa y Ramiro, Pedro se les quedó viendo seriamente, como ellos a él, su tía Lupe dijo, - ¡Pedro que grande estás!, que gusto verte, mira ellos son tus primos Josefa y Ramiro, ¿te acuerdas de ellos?-
-La verdad no me acuerdo.- Expresó Pedro, luego con un tono desganado y comprometido les dijo –¡Hola!
Su tía Lupe se dirigió a los niños. – ¡Anden, saluden a su primo Pedro!-
Ellos sin mucha confianza se dirigieron a Pedro -¿Cómo estás?-
Por su parte Pedro meditabundo pensaba – ¿Qué hago aquí?, a esta hora estuviera viendo “Bob esponja” o “jugando Halo”- De pronto su tía Lupe con voz de ánimo acompañada de una especie de aplausos se dirigió a sus hijos.
-¡Ándele Josefa y Ramiro vayan a jugar con su primo Pedro!- Ramiro y Josefa emprendieron el camino y llamaron a Pedro, éste los siguió. Iban caminando sin decir palabra, cuando en el camino encontraron a Gertrudis y a Mario, Josefa le presentó a Pedro y siguieron caminando.
Pedro decía dentro de sí –¿A dónde carajos iremos?- y por momentos volvía a preguntarse una y otra vez -¿Qué hago aquí, qué hago aquí?, caminaron 10 minutos y justo cuando llegaron a un solar todos los niños que iban con Pedro como por un impulso mágico empezaron a correr y a gritar, -eeehhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh- dirigiéndose hacia un punto; Pedro al alzar la cabeza, se dio cuenta que ese punto era, el enorme higo que minutos antes había visto; sin más Pedro se echó a correr tras los otros niños.
Todos se pararon frente al majestuoso higo. Ramiro se dirigió a Pedro y señaló hacia el centro del árbol, -Mira este es don arbolón y esta es su puerta-. Pedro se quedó sorprendido por lo enorme y frondoso de aquel higo, ya que era más grande de lo que le había parecido a primera vista, Josefa le dijo, -Te vamos a contar algo pero debes guardar el secreto. Mira Pedro tu nunca has estado adentro de don arbolón y debes saber que todo niño que entra por primera vez, puede pedirle un deseo y tenlo por seguro que se lo cumple-, -¡Sí, es cierto!- afirmó Ramiro, apoyando las palabras de su hermana. Pedro al escuchar las palabras de sus primos se quedó pensando y por dentro decía -¿A poco será cierto esto que me dicen?-, Mario se sumó a la recomendación de Ramiro y Josefa, - ¡Es verdad todos nosotros ya le pedimos un deseo y nos lo cumplió, así que si tu le pides algo, no hay duda que te lo cumplirá, anda entra y veras que sí- y todos al mismo tiempo expresaron, -¡Sí, entra, no tengas miedo, ándale!
Pedro todavía con duda entró al centro de don arbolón, el espacio realmente era grande y oscuro, olía a humedad, así como cuando huele la tierra cuando llueve, sin embargo, al interior se colaba una luz del sol que penetraba por un pequeño agujerito que estaba por encima del árbol, esto permitía alumbrar algo el espacio, lo suficiente para poder ver una parte de las cortezas y las raíces húmedas, tenían varias tonalidades de color café.
–Cierra los ojos y pide tu deseo- le dijo Gertrudis desde afuera. Pedro siguió las indicaciones, cerró los ojos y con todas sus fuerzas pidió un deseo –Don arbolón te pido de todo corazón que estas vacaciones no sean aburridas, ojala que sean mis mejores vacaciones.-
Una vez que pidió su deseo, tocó con sus manos la parte interna del tronco, ech una miradita rápida al interior luego salió y le expresó a los niños. –Ya le pide mi deseo al árbol y ahora, ¿qué vamos hacer?- Hizo una pausa y luego exclamó, -¿Oigan no saben dónde puedo comprar unas sabritas y un refresco?- Los niños le comentaron que la tienda estaba hasta el otro extremo del pueblo, pero que mejor lo iban a llevar a un lugar especial donde podrían comer algo, así que le dijeron que los siguiera y empezaron nuevamente a correr, llegaron a un huerto, era impresionante la cantidad de árboles frutales que existían en ese lugar, había manzanales, mandarinales, granadales, nogales, guayabales, platanares, Pedro nunca había visto un lugar con tantos árboles frutales, estaban cargaditos.
–Mira este es lugar y aquí venimos cuando tenemos hambre, así que agarra tu árbol o fruta preferida- le dijo Mario ofreciendo como buen anfitrión el espacio a Pedro.
Cada uno de los niños se dirigió al árbol de su preferencia y empezaron a deleitarse, Pedro dio rienda suelta a su sentido del gusto y por primera vez realmente disfrutó los sabores de la fruta, que por mucho tiempo había pasado por alto, pues el refresco y las golosinas lo habían tenido atrapado. Comió de todo un poco y algo que llamó su atención, es ver que cada uno de los niños compartía a los otros de lo que había cortado, se dio cuenta que compartir facilitaba la vida y fortalecía la convivencia.
Por un momento Pedro se había olvidado de la televisión y de la computadora, pero de repente se acordó y aunque no tenía reloj se imaginó que a esa hora podría estar pasando uno de esos programas que veía sin falta, de ahí que se hizo una pregunta en su mente y luego se las dijo a los niños, -¡Oigan una pregunta!, ¿Ustedes no se aburren?-
Las caras de los niños se quedaron pensativas preguntándose sobre lo que Pedro le había dicho. Ramiro con voz incrédula contestó, -¿Aburrirnos, aburrirnos? La verdad que no sabemos que es eso.- Los demás niños también apoyaron la respuesta de Ramiro, -¡Sí, es verdad, no sabemos que es eso de aburrirse!-
Pedro trató de explicar que en la ciudad muchos niños en sus ratos libres suelen aburrirse, que la televisión y los videojuegos trataban de solucionar ese un problema. Los niños al escuchar las palabras de Pedro no podían comprender porque los niños de la ciudad se podían aburrir.
Gertrudis después de escuchar a Pedro le dijo, -Pues la verdad nunca me había puesto a pensar eso que dices, nosotros después ir a la escuela y ayudar a nuestros padres, tenemos mucho tiempo para hacer muchas cosas juntos: corremos, nadamos, cantamos, brincamos, nadamos, comemos; jugamos a las matatenas, a la comidita, al trompo, a las escondidas, a las canicas; nos columpiamos, trepamos árboles; no hay momento o cosa en nuestra vida que se nos haga aburrido o aburrida, siempre tenemos cosas que hacer aquí.-
Pedro se preguntaba por qué aquellos niños no entendían con facilidad eso de estar aburrido, si era algo que él sentía y vivía día con día. Por otra parte, pensaba en el deseo que le había pedido al árbol mágico, a don arbolón, Los siguientes días fueron estupendos para Pedro, conoció el río pacífico el cual pasaba justo atrás de la casa de Mario y Gertrudis, era ancho y profundo, pero tranquilo como una alberca, en él aprendió a nadar y a pescar, era un lugar formidable para los niños y no hubo día que no lo visitaran.
El último día los niños le dijeron a Pedro que se cerrara los ojos y lo llevaron justo frente de don arbolón, luego le dijeron que los abriera, su sorpresa fue enorme, ya que lo que vieron sus ojos fue un papalote hermoso, en forma de mariposa, con colores muy llamativos como el arcoiris, nunca había visto cosa igual. Los niños le comentaron que era un regalo de todos para él, para que se llevara un bonito recuerdo de Xochicuila y no los olvidara. Pedro nunca había estado tan contento como en ese momento. Así que después de dar las gracias corrieron hacia la punta de “cerro cometa”, iban en fila india por una vereda de aquel cerrito, como hormiguitas tras una misión. Ya en la cima del cerro Mario y Ramiro ayudaron a Pedro a preparar el papalote, le colocaron una cola con pedazos de tela que Josefa había llevado y lo trataron de asegurar bien con el hilo de cáñamo que llevaban. Ramiro se dirigió a Pedro, -Ya está listo, extiéndelo y empieza a correr para que se le eleve- Pedro siguió las indicaciones extendiendo el papalote, soltó suficiente hilo y empezó a correr en lo ancho de la cima del cerrito, las corrientes de aire eran densas y mecían fuertemente los cabellos de los niños como al papalote; pedro concentró su mirada hacia adelante y continúo corriendo, cuando de pronto Gertrudis dijo, -Miren el papalote ya se está elevando-, efectivamente cuando Pedro volteó el papalote ya había subido y parecía que nadaba en el cielo, entonces a Pedro lo invadió una emoción tan grande, que por un momento los ojos se le humedecieron de la sensación de felicidad que le hacia sentir el vuelo del papalote, parecía que todo eso era un sueño, ya que no sólo el papalote se había lanzado al cielo sino también toda su imaginación.
-Dale más hilo- le dijo Mario, Pedro llevó al pie de la letra las indicaciones, sentía como al soltar poco a poco más el hilo del papalote éste se elevaba más alto, lo elevó tan alto que por un momento pensó que llegaría hasta el espacio. Pedro imaginaba mil cosas a la vez y en eso estaba cuando pensó que al otro día tenía que regresar a la ciudad, eso lo puso triste por un momento, sin embargo, recordó su primer día en Xochicuila y el deseo que le había pedido a don arbolón, se había dado cuenta que en verdad el árbol se lo había complacido y que habían sido de principio a fin y hasta este último día, las mejores vacaciones de su vida.
CARTEL PENELOPE NUMERO 2. POR OXIDIANA Y VIYEGAX. |
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